Crónica de sucesos en el San Martín del s.XIX

“Apenas ha transcurrido un mes desde que dos jóvenes de 15 a 20 años de edad, vecinas de este pueblo, no queriendo sin duda soportar ciertos amargos disgustos amorosos, adoptaron la poca feminil determinación de envenenarse, cuando otra ocurrencia no menos lamentable ha venido a llenar de consternación a estos vecinos”.

Así comienza una noticia referida el 30 de noviembre de 1845, en el periódico “El Español”, sobre un caso ocurrido en San Martín.  Según el relato, Ciriaco Gómez, viudo de 64 años de edad, vivía en San Martín en compañía de sus hijos Juan y Francisco.  El primero de ellos estaba casado y el último, de unos 19 años, era soltero y bastante problemático.


Según prosigue la historia, Francisco Gómez, “violento y exagerado en todos sus afectos, había adquirido una pasión arrebatada por Cristina Alcalá, joven de 23 años de edad, hija de Lope Alcalá, que tampoco era hombre a quien sus antecedentes le hubieran adquirido muy buena reputación”, razón por la cual se opuso Ciriaco al proyectado matrimonio.

Así fue que en mayo de 1845, aprovechando que su padre estaba en el campo y estando en la casa únicamente la criada Manuela Martín, Francisco decide apoderarse de todos los objetos de valor de la casa, para llevarlos como dote a su futura esposa.  El robo ascendió a 30 onzas de oro, cuatro doblas de a cuatro y algunas alhajas y ropas, con un valor total de más de 14.000 reales; trasladándolo todo a casa de Lope Alcalá.

Al volver del campo y darse cuenta del robo, Ciriaco mandó llamar a su hijo, ocultando previamente a tres vecinos en una habitación contigua, para que ejercieran de testigos.  Padre e hijo se sentaron a comer, contándole el primero que era sabedor de todo lo sucedido.  Finalmente, el hijo acabó confesando, prometiendo además que devolvería lo robado.

Pero al volver a la casa de Lope Alcalá para recuperar los bienes, su futura suegra le echó en cara su “debilidad”, convenciéndole además de que lo mejor sería envenenar a su padre y poder así celebrar el matrimonio.

Transcurrido un tiempo, Ciriaco Gómez vio que sus reclamaciones sobre el robo no habían tenido efecto, por lo que dio noticia al alcalde de todo lo sucedido. No obstante, no se decretó prisión, por lo que la familia de Lope Alcalá siguió en libertad, aunque muy resentida por la denuncia.

La venganza llegó el 8 de noviembre, cuando aprovecharon que Ciriaco estaba en el campo para, desde la casa anexa (eran vecinos), cruzar entrando por el tejado y echar una porción de arsénico en el puchero donde Ciriaco, su hijo Juan y su nuera tenían preparada la cena.

Los mismos Gómez explicarían posteriormente que el color oscuro del guisado lo atribuyeron a que habría caído algo de hollín, ya que hacía mucho tiempo que no se limpiaba la chimenea y con frecuencia se desprendía algún que otro pedazo.

Así fue que el padre tomó un poco de salsa, y poco después los otros.  Pero, de repente, se sintió indispuesto y exclamó “¡Dios mío, nos han envenenado!”.  Juan y su mujer dejaron entonces la comida, y ésta rápidamente bebió aceite y dio después a su esposo.  Cuando intentaron dar de beber al padre ya era tarde.  Aunque, alertados por los gritos, acudieron varios vecinos,  Ciriaco murió entre vómitos y convulsiones.

Los vecinos, exacerbados y sabedores de los pormenores de esta historia, acudieron a tomarse la justicia por su mano a casa de Lope Alcalá, aunque éste cerró bien las puertas y toda la familia se mantuvo encerrada durante días, ante la permanente vigilancia de los vecinos.  Por ello, cuando el juez decretó prisión, no fue difícil localizar a la familia.

El suscriptor del periódico que remitió la noticia no nos cuenta el final de ésta, ya que a la fecha de publicación el juicio seguía su curso en el Juzgado de Primera Instancia de Hoyos.



Nota:  El periódico es consultable en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España.



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